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Una guarida para Fresa y Chocolate

“…Bienvenido a la guarida… Este es un lugar donde no se recibe a todo el mundo.”



Diego en Fresa y Chocolate. Escena de la primera visita de David a su casa.

En la década de los 90´s el cine cubano vivió uno de sus grandes logros, llevar su primera película nominada a los Premios Oscar como Mejor Película Extranjera por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Más allá de las excelentes actuaciones que lanzaron a la fama a actores como Jorge Perugorría o Vladimir Cruz, los temas que trataba la convirtieron en un hito de una época que comenzaba a mostrar una Cuba que se revolucionaba así misma tocando temas que hasta el momento eran tabú en la gran pantalla del cine producido en nuestro país. En palabras de Tomas Gutiérrez Alea, uno de sus dos directores, esta fue una película que se insertaba muy bien en un momento en el que había que tomar conciencia de muchos errores cometidos a lo largo de los años de la Revolución y tratar de modificarlos.

Uno de estos errores fue prohibir el desarrollo de negocios privados. En estos mismos años se comenzaban a dar los primeros pasos para encontrar soluciones que aliviasen el sufrido Periodo Especial declarado luego de la caída del Campo Socialista, y que llenaba muchas incipientes cafeterías de pizas con condones o exquisitos bistec de frazadas de piso. Estas maravillas de la inventiva gastronómica cubana tuvieron su punto de giro al autorizarse la emisión de las primeras licencias para el trabajo por cuenta propia, en especial la de las “paladares”.  Recuerdo que este nombre se popularizo al coincidir de manera casual la transmisión de la popular novela brasileña Vale Todo. La protagonista, Raquel Accioli, interpretada por Regina Duarte, era dueña de una cadena de restaurantes cuyo nombre era Paladar.  Esto ligaría de manera fortuita, y sin imaginarlo, al futuro de los restaurantes privados en Cuba con tan sonado largometraje.

Fotogramas del filme Fresa y Chocolate donde se aprecia la bandera cubana en la escalera y la pared llena de símbolos en casa de Diego.

 

Siguiendo con la película, y a manera de spoiler para los que aún no la hayan disfrutado, la trama va sobre la amistad que se desarrolla entre David (Vladimir Cruz), un joven militante comunista, heterosexual, conservador y lleno de prejuicios, y Diego (Jorge Perugorría), un artista, homosexual y religioso con una vasta cultura.  Las mayorías de las escenas, casi un 80%, del filme transcurren dentro de la vivienda de Diego. Este apartamento es un espacio reducido y pintoresco, con paredes llenas de imágenes religiosas, fotografías de personajes ligados a la cultura e historia de Cuba y cuadros. En este lugar Diego vive solo pero tiene un acompañante especial, un objeto con el que lleva una especie de relación amor/odio, que llega al punto de humanizarlo poniéndole como nombre Roco: se trata de un viejo refrigerador americano de color azul.

El espacio que sirve de vivienda a Diego es un apartamento real ubicado en un viejo edificio en el corazón del municipio Centro Habana, en la Calle Concordia No. 418.  Se trata de construcción añeja pero llena de ese arte y misterio que envuelve a muchos edificios antiguos. Desde que entras en su recibidor te sorprende una gran bandera cubana pintada en una de sus paredes, que se puede apreciar en alguna toma del filme y que hasta la actualidad aún permanece como testigo del tiempo.  Según una entrevista, vista hace algún tiempo por este espectador, el acuerdo para utilizar este apartamento como locación fue tan simple como brindarle alimentos, durante el rodaje, a la familia dueña del lugar, sumida en la escasez cotidiana que marco al Periodo Especial.

Diego en su “guarida”, en el segundo fotograma es de la escena donde este le habla a su querido-odiado refriguerador.

 

De manera mágica el uso de esta locación para la película y la frase con que recibe Diego a David en su casa la primera vez: “Bienvenido a la guarida”, sirvieron como pretexto años después para que el dueño de la casa creara un restaurante en el mismo lugar llamado La Guarida. Un establecimiento de lujo, de marcado arte culinario, que aprovechó y reprodujo, de manera excelente, el ambiente creado durante el rodaje del filme. Aún en sus paredes se pueden apreciar varias de las fotos usadas en la escenografía, y bajo la escalera estrecha que conducía a la “barbacoa” todavía descansa Roco con su color azul gastado. De esta manera quedaran unidos para siempre un filme en el que el discurso del cambio en una sociedad como la nuestra se empezaba a sentir y algo tan cotidiano en nuestros días como los restaurantes privados, pero que en su momento fueron otro más de los temas de apertura en un país que sufría un difícil proceso político que estaba en desarrollo.

Este es un gran ejemplo de algo que, a raíz de los cambios realizados y los beneficios autorizados para los trabajadores por cuenta propia, se podría explotar. El llamado turismo cinematográfico es parte de una actividad que se incluye en la tipología del turismo cultural y nace por las ansias de conocer donde se filmaron las películas o programas preferidos de los espectadores. Allí están los lugares y las ideas deben nacer de la ganas de crear de los nuevos emprendedores. ¿Por qué no aprovechar lugares de películas destacadas? Me viene a la mente ahora el bar en donde se desarrollan varias escenas fundamentales de la película “Zafiros, locura azul”, como la de la creación del nombre del grupo musical o la de la coreografía de La Caminadora que tienen lugar allí. Pero no solo tienen que ser espacios para restaurantes, se pueden recrear espacios completos. Se imaginan un pueblo como el de “Alicia en el pueblo de Maravillas”, esa película de Daniel Díaz Torres producida en los 90´s de marcada critica controversial y absurdo, pero que serían un atractivo total como un parque temático. Disculpen a este soñador pero es que nuestro cine nos ha brindado tanto disfrute y nosotros lo hemos agradecido tan poco.

No se trata tampoco de importar a nuestro país todo lo que veamos por el mundo, pero por qué no aprovechar las ideas que funcionan en varias latitudes. Acaso no sería increíble un paseo de las estrellas de nuestros medios en la calle 23, donde se encuentra la sede del ICRT. Esto sería un atractivo para el público y además sería más que aprovechado por los negocios existentes en la zona. Nuestro cine está allí como pretexto y las ideas también, solo faltan las ganas y los soñadores dispuestos a crear una Cuba mejor.

 

Escrito por | Redacción TodoCuba

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