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El auge y la decadencia de El Cerro

El siglo XIX fue testigo del auge y decadencia del capitalino barrio de El Cerro. Fue hogar de la aristocracia criolla habanera a lo largo de este período, lo que se materializaría en el levantamiento de suntuosas mansiones de estilo neoclásico, posibilitado por la influencia de Francia en la cultura y arquitectura, arribada a Cuba a raíz de la Revolución de Haití. Así llegarían también algunas ideas de la Revolución Francesa, que marcarían y dotarían de un sentido de identidad nacional a este barrio, convirtiéndose en símbolo de autonomismo e independentismo.



Sin embargo, esto no significa que algunas de las familias asentadas en este lugar no se mostraran a favor de la corona española. De hecho, fue en El Cerro donde se celebró la recordada fiesta en honor a la Infanta Eulalia de Borbón, que quedó plasmada para la historia como una de las actividades más derrochadoras que han tenido lugar en la Isla.

La creciente necesidad de extender los horizontes de la ciudad intramuros –que se encontraba, ya para finales del siglo XVIII, saturada de personas-, llevó a la necesidad de construir zonas residenciales al exterior de la Muralla de La Habana. De esa forma, a inicios del siglo XIX, El Cerro se erigía como el próximo destino para los acaudalados criollos que deseaban salir de la asfixiante Habana Vieja.

Uno de los factores que propició su acelerado desarrollo fueron los acueductos. Lo atravesaba la Zanja Real –el primero que construyeron los españoles en América-, erigida en 1592. Unos siglos después, en 1835, se levantaría, también en esta zona, el de Fernando VII, que abriría paso a una de las obras más importante de la ingeniería civil cubana: el acueducto de Albear, terminado en 1893. Esta construcción dio nombre a uno de los barrios de El Cerro, llamado El Canal, debido a uno de los canales provenientes del depósito que se encuentra en Palatino.

Más arriba se ubicaría la Zanja, que por unos años se convertiría en símbolo de bienestar, al permitir el acceso a agua de mejor calidad. Sin embargo, con la epidemia de fiebre amarilla que comenzó en esta zona, en1867, muchos se vieron en la necesidad de abandonar El Cerro y abrirse paso por otros territorios. A ello se sumó la reconcentración de Weyler, que tuvo lugar en 1896, con el objetivo de privar de apoyo a los alzados. Esto dio origen a los primeros matices de marginalidad en el lugar, pues fue aquí donde muchos campesinos encontraron refugio.

Ya para la segunda mitad del siglo XIX, El Vedado comenzaba a erigirse como el próximo destino que acogería a las clases de la élite habanera. Sus atractivos eran imposibles de imitar por el ya agonizante Cerro, pues contaba con el paso de la brisa proveniente del mar, además de poseer calles más amplias para los automóviles, así como casas con jardín delantero –o carmen-. Así, El Vedado surgía como el barrio más pomposo de La Habana, dando acogida a elegantes mansiones y palacetes.

El siglo XIX fue testigo del auge y decadencia del capitalino barrio de El Cerro. -youtube.com

Fue así como el auge de El Cerro llegó a su escalón final, pues, a partir de este momento, los rasgos de prestigio y elegancia que, en algún momento lo caracterizaron, comenzaron a desaparecer. Ya no sería el hogar de importantes figuras de la sociedad cubana, sino que comenzaría a acoger a clases proletarias y marginadas. Esto abriría el paso a modificaciones en su estructura, pues las edificaciones que en algún momento fueron propiedad de una sola familia, ahora se dividirían para recibir a múltiples miembros sin vínculo sanguíneo, incapaces de adquirir económicamente todo el inmueble.

De esa forma, la línea ascendente que en algún momento marcó el progreso de El Cerro, comenzaría ahora a tocar fondo. Así llega hasta nuestros días, donde Miramar se sitúa como el barrio más acomodado de la ciudad, dejando a El Vedado como símbolo de clase media, y al Cerro como un deteriorado, y deforme recuerdo del barrio que un día se erigió como símbolo de riqueza y bienestar.

Por: Talía Jiménez Romero

Fuente: La calzada de El Cerro: esplendor y ocaso de La Habana neoclásica. Mario Coyula e Isabel Rigor.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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