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De perfumes cubanos y el sutil encanto que guardan

De una flor autóctona de la familia de los lirios silvestres, pródiga en especímenes coloridos, tomó el nombre la empresa Suchel, paraguas de una amplia carpeta de producciones. Hoy, es ampliamente conocida y sus esencias muy demandadas en el mercado nacional, con más de 300 creaciones genuinas, obra de maestros perfumistas, técnicos y trabajadores del país, algunas de estas obtenidas bajo la asociación de entidades prestigiosas foráneas.



También, los aromas de la Isla se conocen y seducen en varios puntos del hemisferio y planeta. Y esto es muy gratificante, aunque parezca un logro muy discreto o sutil, si todo el mundo recuerda que la perfumería lleva centurias dominada primero por la alquimia de genios creadores franceses y del Lejano y Medio Oriente. Después, por transnacionales, muy poderosas, exclusivas y excluyentes del primer mundo. Nada nuevo bajo el sol, ¿verdad?

Mucho ha llovido desde que en 1966 Leonel Amador, un perfumista experimentado con mucho que ver en el fomento inicial de la industria de la perfumería posrevolucionaria, creara Profecía, el primer aroma con fórmula netamente nacional.

En la década de los años 60 del pasado siglo la naciente Revolución cubana tuvo que crear leyes de protección, acciones de expropiación al capital foráneo y de organización de los talleres y laboratorios dedicados a ese rubro, como hizo en otros tantos sectores de la economía. Fue tarea difícil, con tecnología heredada de segunda mano, obsoleta y carente de insumos, sin recursos financieros.

Aquí hay que contar brevemente una historia. Los basamentos de la perfumería cubana de hoy deben buscarse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los emprendedores hermanos españoles Sabatés en 1860 y los Crusellas en 1863, cada familia por su lado, pero desde la barriada de El Cerro en La Habana, fundaron sendas industrias.

Los Sabatés comenzaron produciendo jabones de lavar y velas, y los Crusellas jabones, velas, panes y cervezas. Ya a comienzos del siglo XX, con producciones y demandas en auge, ambos ampliaron sus establecimientos y ofrecían en el mercado además cremas, colonias y polvos faciales, de gran aceptación, pero hechas aquí con formulaciones foráneas.

Ya en los años 30, la Sabatés primero y luego la Crusellas se vieron forzadas leoninamente a depender del capital de la Colgate-Palmolive Peetco, inicialmente en comandita y luego al ciento por ciento la primera, y a la entidad Procter and Gamble, la segunda. En los años 50 ambas producían detergentes. Al triunfo de la Revolución solo eran filiales de las poderosas transnacionales estadounidenses.

Con las medidas de nacionalización el desafío anidó en las mentes de varios valiosos especialistas y maestros perfumistas que habían trabajado para Sabatés, Crusellas y los famosos laboratorios Gravi, de Jovellanos, que habían estado a punto de ser absorbidos por el poder transnacional.

Ellos permanecieron en el país y con su aporte valioso, la creación de una escuela formadora de técnicos en Rancho Boyeros, la atención estatal, principalmente del Che Guevara a inicios del triunfo de enero, y con muchos deseos, se pusieron manos a la obra.

Sucintamente, esta es la historia. De lo que a principios de los 60 fue una Empresa Consolidada de Jabonería y Perfumería, netamente cubana, se llegó a la afamada Suchel, hoy modernizada y con saberes, madurez y experiencia. Un camino difícil a ratos duro e incierto, lleno de promesas y horizontes por conquistar. No fue cosa de un día, sino de largos años, ciencia y paciencia.

Sin embargo, falta mucho por hacer y lograr en ese mundo de belleza, placeres, creatividad y espiritualidad, aparte de químicas, avances técnicos y hasta un poco de magia o mística. El consumidor cubano sabe de perfumes y aromas, sabe lo que es bueno y hasta juzga por su presentación, además de por su contenido. En ello se trabaja.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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