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¿Conoces la historia del Vedado?

A modo de homenaje a una barriada habanera con más de 1 siglo de vida



El Vedado constituye un proyecto de vanguardia, concebido en época tan temprana que lo sitúa como un exponente del inicio de la historia del planeamiento urbanístico moderno de las ciudades. Los orígenes de El Vedado se encuentran en el proyecto del reparto El Carmelo, presentado a la aprobación de las autoridades el 8 de abril de 1859 en una documentación bajo la autoría de Luis Iboleón, un ingeniero civil urbanista del cual muy poco se conoce. ¿Estaría consiente Luis Iboleón cuando concibió el trazado de El Vedado de cuanto se acercó a la perfección urbanística, de las lecciones que nos dejó, de la trascendencia, y lo más difícil de lograr, la aceptación social que a lo largo del tiempo tendría su obra?

Esta pregunta nos enfrenta a una deuda de gratitud que tenemos con él, por haber permanecido durante más de un siglo en el anonimato, desconocido, sin apenas mencionarse en los estudios y en los libros que hacen referencia a El Vedado. Pareciera como si esta urbanización hubiese surgido de forma mágica, sin que hubiese intervenido un pensamiento, una idea, como si no quisiéramos atribuirla a la creación de un ser humano que tuvo una existencia real. Los valores indiscutibles de El Vedado no han escapado a la vista de experimentados urbanistas que han dicho, entre otras cosas, que es el proyecto de urbanización que “todos los urbanistas desearían lograr“, o que consideran a El Vedado paradigmático y destacan su “valor como modelo por su versatilidad, su validez y riqueza como ejemplo internacional”.

La sabiduría popular, sin embargo, siempre concedió a El Vedado su justo valor. Era y lo sigue siendo más de un siglo después de su realización, el lugar preferido para vivir en La Habana, y es que El Vedado transpira cubanía, es sin duda un componente de la cultura nacional, que constituye junto al Cerro el lugar de asentamiento en la ciudad de los criollos, expresión de la entonces naciente nacionalidad cubana, y que tuvo entre sus primeros pobladores a los miembros del Ejército Mambí al terminar la Guerra de Independencia.

Existen opiniones dignas de consideración que afirman que la influencia mayor de El Vedado la tomó de la tipología de la casa quinta del Cerro, y también la elegancia de sus residencias y la belleza de sus jardines, insertados en una trama urbana, a diferencia de su antecedente, muy regular y ordenada, próxima al mar y orientada hacia las mejores brisas. Es hacia esta nueva zona que se desplazan los criollos buscando mejores condiciones ambientales que las del Cerro, trayendo consigo los atributos que dieron merecida fama a El Cerro en su época de mayor esplendor.

La preferencia por esta barriada habanera ha sido proclamada por notables intelectuales cubanos y expresados popularmente en los anuncios de las permutas de viviendas que invariablemente reiteraban: “preferiblemente en El Vedado”. Interpretando este sentir y como resultado de intensos debates, los urbanistas cubanos proyectaron la Villa Panamericana, retomando los principios urbanísticos de El Vedado y en una localización también privilegiada frente al mar, pero esta vez al este de la ciudad, en lo que posiblemente sea el mejor homenaje que se pudiera hacer a Luis Iboleón.

Del reparto El Carmelo a lo que llamamos El Vedado

La aprobación de la urbanización de la finca El Carmelo se realizó en 1859 como un ensanche de la ciudad, pero no la abrazó como en los casos europeos. Se ubicó en los terrenos al este del río conocido entonces por la Chorrera, hoy Almendares, a dos millas de distancia de la ciudad. Durante el siglo XVI en ese territorio quedó prohibido el establecimiento de caminos y pobladores por razones militares, de ahí que permaneciera durante mucho tiempo como monte, vedado para cualquier actividad. Después de ser anulada tal prohibición siguió siendo un área en la que sólo podían verse algunos trapiches e ingenios azucareros dispersos, pues ni siquiera contaba con un terreno fértil para las actividades agrícolas.

En 1813, Antonio de Frías, conde de Pozos Dulces compró la hacienda Balzain que ocupaba la mayor parte del llamado Monte Vedado. Tres años más tarde, el señor Frías compró al señor Medina, dueño de los terrenos contiguos, una porción de su finca de poco más de una caballería, ampliando así la extensión de su propiedad. Hasta el momento en que se realizó el proyecto de urbanización, en la zona vivían unas novecientas personas que se dedicaban fundamentalmente a la pesca y al trabajo en las canteras. En realidad la principal utilización que se le dio a ese territorio fue la extracción de materiales para construir en la ciudad, sobre todo en la zona oeste, más próxima a los barrios de extramuros, por lo que existían allí numerosas canteras, así como hornos para la elaboración de cal. Los miembros de la familia del conde de Pozos Dulces solicitaron varias licencias para fabricar obras menores en función de tales actividades.

En enero de 1859, José Domingo Trigo y Juan Espino se dirigieron al presidente del Ayuntamiento de La Habana para solicitar otra autorización, presentando para ello el proyecto realizado por el ingeniero Luis Iboleón Bosque, en el cual el futuro reparto El Carmelo comprendía, además de la parte de la finca Balzaín segregada en la solicitud anterior, las fincas de don José Nicolás Gallar, la de los herederos de Juan y Alejo Sigler de Espinosa y la porción norte de la finca de Juan Rebollo. La calle principal del reparto era una avenida concebida con un ancho de 25 metros, por donde circularía el ferrocarril urbano, al cual se le dio la autorización definitiva para su explotación precisamente diez días después de la solicitud realizada por los señores Trigo y Espino.

El Carmelo fue concebido como un suburbio, destinado fundamentalmente a la función residencial, en el cual se dejaron diez manzanas y media para actividades públicas, dos para iglesias, tres para mercados, una para parque, una para colegio, una para hospital, la mitad de una para cuartel y dos para la estación del ferrocarril urbano. Quedó entonces definida, desde su concepción inicial, la sección de calle que identifica a El Vedado aún en el presente: una vía de ocho metros, con aceras de cuatro metros subdivididas en un área de circulación y un parterre. De esta forma, sumándole los cinco metros del jardín a cada lado, queda una sección libre entre las fachadas de las edificaciones de veintiséis metros. En las vías de primer orden, Línea, Paseo y G, la sección libre fue mucho mayor. Estas exigencias condujeron a una inédita relación entre la edificación y la calle y a una importancia nunca antes vista del verde dentro de la ciudad.

El Carmelo fue el embrión inicial de la urbanización del territorio que se conoce genéricamente como El Vedado. Un año más tarde de haber sido aprobado su proyecto, los herederos del conde de Pozos Dulces, decidieron urbanizar la finca El Vedado, extendiendo hacia el este a partir de la calle Paseo el trazado y las mismas regulaciones urbanas fijadas en El Carmelo. El proyecto también fue realizado por Iboleón, y en este caso las calles perpendiculares al mar se nombraron con letras en dirección hacia el este. En esta ampliación la calle “de la Línea” siguió siendo el eje principal en sentido paralelo al mar, con su inflexión a partir de la calle D, y se diseñó la calle G con un carácter similar al de la calle de Paseo, que después se le llamó del Prado, conformando de esta forma dos ejes circulatorios monumentales en sentido perpendicular al mar.

En el proyecto de El Vedado se contemplan al igual que en El Carmelo, pero en menor proporción, manzanas para actividades públicas, en este caso dos para mercados y una plaza. La estricta homogeneidad de la retícula se rompió con la citada inflexión de Línea, la cual generó manzanas triangulares y trapezoidales, así como las tiras de manzanas comprendidas entre las calles C y D, y entre D y E, de 80 m por 100 m y 120 m por 100 m, respectivamente. Estas anomalías condicionaron manzanas con parcelaciones diferentes a las del resto.

De esta forma, en el breve lapso de un año se aprobó la urbanización de las fincas Carmelo y Vedado. El límite sur de El Carmelo lo constituyó aproximadamente la calle 21, mientras El Vedado tuvo un límite más irregular, definido por una poligonal que entre las calles A y C comprendía un pequeño tramo de la calle 23, que en esta concepción inicial no tenía ninguna distinción en relación con las demás. Merece destacarse que estos proyectos fueron elaborados mucho antes que las conocidas propuestas de Ciudad Jardín, formuladas en Inglaterra por Ebenezer Howard, y que avenidas como Paseo y G, verdaderas vías parques, se concibieron en la misma fecha que los boulevard promovidos por el barón Haussmann en la famosa transformación producida en París de 1853 a 1869.

…Como fue creciendo El Vedado…

La ocupación inicial del barrio fue lenta, por lo que fue necesario realizar algunas concesiones en la forma de pago de los terrenos para fomentar su venta. En 1875 la cuarta línea del ferrocarril urbano, que atravesaba las fincas de El Vedado y El Carmelo, sustituyó la tracción animal por el uso de la máquina de vapor como fuerza motriz. La fama de zona saludable fue aumentando, y ya a mediados de la década de 1880 estaban pobladas unas treinta manzanas, casi todas al norte de la calle Línea. Así, pues, los dueños de las fincas aledañas intuyeron las futuras posibilidades del barrio y parcelaron sus propiedades para crear nuevos repartos, siguiendo en estos las mismas condiciones establecidas en El Carmelo y El Vedado.

En 1883 y 1885 se aprobaron los repartos Medina y Rebollo y posteriormente, en forma sucesiva, se fueron aprobando otros repartos menores que también asumieron la retícula y reglamentaciones de los precedentes. Este crecimiento hacia el sur condicionó la aparición de otra vía de primer orden en sentido paralelo al mar, la calle 23 (o Calzada de Medina, como se le denominó inicialmente), vinculada a una nueva anomalía dentro de la cuadrícula del barrio. Las manzanas comprendidas entre las calles 21 y 23 se diseñaron rectangulares, de 130 metros por 100 metros, con una parcelación en bandas, probablemente para evitar en lo posible la coincidencia de la calle 23 con las numerosas furnias de la zona, y en su tramo final, próximo al mar, con el promontorio de la batería de Santa Clara.

Al finalizar la dominación española en Cuba en 1898, el territorio de El Vedado estaba prácticamente parcelado, con excepción del área comprendida entre el río y el muro oeste del Cementerio. Asimismo la población de los antiguos barrios de extramuros se fue extendiendo hacia el sur y hacia el oeste, acortándose poco a poco la distancia entre el barrio y La Habana. En 1879 se urbanizaron los terrenos que habían pertenecido al hospital de San Lázaro quedando así ya El Vedado unido a la ciudad. Sin embargo, más de la mitad de su extensión permanecía desocupada. La calle Línea constituyó la espina dorsal de la ocupación inicial del barrio, que se desarrolló a lo largo de ésta, en las manzanas comprendidas entre 3ra y 15, y desde 22 hasta G aproximadamente.

Fue a través de la calle Línea por donde cruzó El Vedado el primer tranvía. La nueva empresa fue legalizada en 1901, y la primera de las cuatro direcciones aprobadas fue precisamente San Juan de Dios-Carmelo (ida y regreso). En la estación de El Carmelo, sita en Línea entre 18 y 20, nacía otra línea que subía por la calle 12 hasta la avenida 23 y desembocaba en L.

La instalación del tranvía, con sus tendidos de cables de poste a poste, transformó la fisonomía de las calles por las que circuló, y consolidó el carácter de Línea como arteria principal de comunicación dentro del barrio y con el resto de la ciudad, a la vez que le otorgó mayor preponderancia a otras. Así, la calle 23, que al comenzar el siglo XX sólo tenía ocupadas la manzana del hospital Reina Mercedes, entre K y L, y las dos contiguas, comenzó a adquirir categoría, convirtiéndose en la cuarta calle de primer orden del barrio, no sólo por sus diferenciadas dimensiones, sino –además– por transformarse en un importante eje de circulación. De la misma forma, las calles L y 12 asumieron una significativa jerarquía funcional y, en conjunto con Línea, 23, Paseo y G, establecieron dentro de El Vedado una supercuadrícula de circulaciones principales que subdividió el barrio en bloques de cinco a siete manzanas de lado.

El Vedado, barrio preferido de La Habana

En la medida en que el uso del automóvil se fue incorporando a la vida cotidiana de la población, esos nuevos repartos fueron tomando auge, en particular El Vedado. Las limitaciones que imponía la morfología de la ciudad vieja para el desenvolvimiento de un modo de vida donde el uso del “carro” se hizo cada vez más indispensable, condujo entre otras razones, a la emigración de las familias más adineradas hacia los nuevos repartos que se urbanizaron en aquellos años. En 1918 se afirmaba: “Ya son contadas las familias pudientes que viven en el centro de la urbe. Todo el que puede escoger para residir la barriada de El Vedado o las alturas de La Víbora”. El Vedado se convirtió en el barrio aristocrático por excelencia de la ciudad de La Habana.

El notable incremento demográfico que se produjo en La Habana durante esos años repercutió en forma notable en El Vedado. Fueron ocupándose sucesivamente los diferentes repartos que en su conjunto definieron al barrio. El Vedado no pudo evitar la presencia de las llamadas ciudadelas, las cuales en muchos casos sirvieron para rellenar espacios interiores de algunas manzanas. Así, a pesar de su reconocido carácter aristocrático, el barrio albergó también a otros sectores de la población.

El Vedado, la zona con más edificios altos de La Habana

En 1931 fue dictado un acuerdo en el cual se prohibió terminantemente construir edificios de más de tres plantas en El Vedado. Este acuerdo fue modificado seis años más tarde para ampliar hasta cuatro plantas el alcance del acuerdo anterior. En la medida en que nuevas tecnologías y nuevos principios estéticos asociados a la llamada Arquitectura Moderna se fueron introduciendo en Cuba, muchos proyectistas y propietarios reclamaron la necesidad de que les autorizaran construir edificios más altos. Uno de los permisos concedidos a tal efecto fue otorgado en 1947 para el edificio Radio Centro, atendiendo a las funciones que éste desempeñaría.

El interés por construir edificios altos se hizo aún mayor a partir de la promulgación de la Ley- Decreto de la Propiedad Horizontal en septiembre de 1952. Esta ley se subdividió en cuatro capítulos y comprendió un total de cincuenta y cuatro artículos, a través de los cuales se legisló la posibilidad de considerar como un apartamento a una porción o a un piso o más de uno, con salida independiente a la vía pública, y que este pudiera trasmitirse o gravarse y ser objeto de dominio y posesión y de toda clase de actos jurídicos individualmente, con independencia del edificio al cual perteneciese. A partir de esta disposición, crecer en altura constituyó una forma de multiplicar una y otra vez el valor de los terrenos, lo cual se convirtió en un importante estímulo del negocio de bienes inmobiliarios.

Ante tal presión fue promulgado en 1953 un decreto que modificaba las alturas máximas permitidas en El Vedado. Este nuevo decreto, a diferencia del anterior, no fijaba una altura máxima única para todo el barrio, sino que establecía áreas diferenciadas según determinadas características. Por otro lado, los límites se fijaron en relación con el ancho de la calle y no por número de pisos. El territorio fue dividido en dos zonas: la primera comprendida entre las calles L, 27 de noviembre y el mar, en la que se permitió una altura que fuese menor o igual que el doble del ancho de la calle, más una fracción que no excediera de dos metros para completar un piso.

El basamento podía elevarse hasta un metro y veinte centímetros de la acera, tomando como base el punto medio del terreno. En la zona 2, la que comprende la mayor parte del barrio, la altura podía alcanzar sólo una vez el ancho de la calle, con las mismas adiciones para completar un piso y sin considerar el basamento como un piso para esos cálculos. Asimismo, también se diferenciaron las calles Paseo y G en las que se autorizaron edificios de hasta diez pisos, siempre que la altura no excediese de treinta y dos metros. No obstante, a pesar de esta mayor tolerancia, continuaron realizándose solicitudes para construir edificios con alturas mayores que las permitidas. Así, pues, se erigieron una tras otras las conocidas torres que identifican la silueta de El Vedado, en su zona más próxima al litoral.

El Vedado que vemos hoy

El Vedado, como tantos barrios habaneros, es un ejemplo palpable del proceso de transformación padecido por Cuba en los últimos 56 años. La cantidad de viviendas de valor arquitectónico que aún sobreviven dan fe de una clase media y alta floreciente que, en su mayoría, abandonó el país en los años 60. Casas que pertenecían a familias acaudaladas, de políticos, industriales, banqueros; pero también de profesionales, como las que aún ostentan los letreros indicando la consulta de médicos especialistas.

Algunas de sus grandes mansiones se han convertido en museo, como la casa de José Gómez Mena (construida en 1927) y luego de María Luisa Gómez Mena, en la calle 17 número 502, hoy Museo de Artes Decorativas. La casa de los marqueses de Avilés, Manuel González de Carvajal y González de Carvajal casado con Margarita González de Mendoza y Montalvo, en 17 entre I y J, disfruta de ese privilegio. Construida en 1915, aún es imponente. Allí radica el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), que ocupa dos de las más importantes casas del Vedado. La otra, también declarada patrimonio, es la famosa vivienda que el empresario Juan Pedro Baró construyó en 1927 para su esposa en segundas nupcias Catalina Lasa.

El Museo Servando Cabrera, originalmente Villa Lita, construida en 1926 en la calle Paseo 304, una casa de arquitectura italiana, única en el Vedado, fue declarada patrimonio cuando ya sus techos acusaban la despreocupación de medio siglo. La comenzaron a reparar tarde, a pesar de que alberga obras originales de importantes pintores cubanos. La casa del banquero Juan Gelats, construida en 1920 en la esquina de 17 y H, es la sede principal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Aunque pocos parecen recordar el nombre de su anterior propietario, al menos la leyenda de su suicidio se mantiene entre los que trabajan allí. «Pero le pagó a sus empleados todo el dinero que les debía antes de matarse», recalcan algunos, dispuestos a creer que el fantasma todavía ronda por los jardines del bar Hurón Azul.

En la calle 15 entre 6 y 4, el número 860 pertenece al Coro Nacional de Cuba y el 858 a la Asociación Nacional de Economistas y Contadores. Son casas gemelas que, según sus trabajadores, pertenecieron a dos ramas de la misma familia. A pesar del esmero puesto en su reparación, el 858 todavía guarda el aliento del albergue en que fue convertido cuando sus dueños abandonaron el país. El Palacio de los Matrimonios de N y 25, legendaria casa de Fausto G. Menocal (1921), conserva su majestuosidad en medio de desconchados, filtraciones, jardines descuidados y suciedad.

Así la historia de este barrio sigue y seguirá. Amamos El Vedado como mismo lo amó Dulce María Loynaz, quien alguna vez confesó haber pensado en escribir un libro sobre su historia como parte de una deuda suya con la ciudad.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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