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La olvidada historia del surgimiento del Barrio Chino de La Habana

Resulta harto conocido que los primeros chinos que llegaron a Cuba, los llamados culíes, lo hicieron en condiciones de semiesclavitud para ser empleados como mano de obra barata en las plantaciones de caña de azúcar. La mayoría de ellos, una vez que vencieron sus “contratos” se quedaron a trabajar en los campos, otros se asentaron en las ciudades para emplearse en cualquier trabajo que pudieran encontrar; y los menos, que habían logrado ahorrar algunos pesos se dedicaron al comercio. Serían estos últimos los fundadores del llamado Barrio Chino de La Habana, que corre paralelo a la calle Zanja.



Sería el chino Chung Leng, quien había adoptado el nombre español de Luis Pérez, el primero en abrir un negocio en la zona. Justo en la intersección de las calles Zanja y Rayo, donde hoy se encuentra el sector más tradicional del Barrio Chino. Leng o Pérez (según los gustos) abrió una pequeña casa de comida china que tuvo un éxito inmediato entre los habaneros, por lo que fue imitado de inmediato por otros compatriotas que llenaron la zona de vendutas y puestos ambulantes en los que se ofrecían frituras, chicharrones y frutas.

De forma lenta, pero persistente, los chinos fueron copando los alrededores de las calles Zanja, Rayo y San Nicolás. A los negocios de venta de comida se sumaron rápidamente otros que caracterizarían a esa comunidad asiática en Cuba como las quincallas y los trenes de lavado.

A finales del siglo XIX a los sobrevivientes de los viejos chinos culíes se unió otra oleada de naturales de su país. Estos, a diferencia de los culíes que habían llegado directamente desde Asia, provenían de Norteamérica, donde habían trabajado en la construcción de los ferrocarriles de Estados Unidos.

Las quincallas chinas estaban más surtidas que cualquier centro comercial

Estos llamados “chinos californianos” no sólo eran más poderosos económicamente y emprendedores, sino que además tenían un gran sentido de pertenencia hacia su cultura y tradiciones. Esa sería la razón de que se agruparan casi de inmediato en sociedades de ayuda mutua, culturales y hasta políticas, fundaran periódicos y hasta construyeran su propi cementerio en La Habana. A ellos se debió el engrandecimiento de la comunidad china en Cuba y su expansión y dinamismo económico.

Sin embargo, tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959 la inmigración china a Cuba se detuvo por completo. Los chinos, que simpatizaban en su inmensa mayoría con los nacionalistas del general Kuomintang quedaron aterrados al ver que los comunistas llegaban al poder en la Isla y emigraron en gran número.

En la década de 1990 apenas quedaban chinos inmigrantes en Cuba. Sus descendientes aún viven en La Habana, pero más allá de algunas sociedades y restaurantes pintados de rojo y decorados con dragones dorados, su presencia en el Barrio Chino ha quedado reducida a niveles mínimos.

Escrito por | Redacción TodoCuba

Fuente: Archivo TodoCuba

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