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Así murió, triste y abandonado, Claudio Brindis de Salas, el «brillante negro» que hizo brillar la música cubana en todo el mundo

El 31 de mayo de 1911 unos vecinos de Buenos Aires dieron parte a las autoridades para que recogieran “a un negro que yacía moribundo en plena calle” y poco después se presentó una ambulancia de la Cruz Roja para llevárselo. Bajo los harapos que le cubrían del frío encontraron un corset mugriento, un programa musical y un pasaporte; era Claudio Brindis de Salas, el “Paganini Negro” que había hecho brillar la música cubana en todo el mundo.



Dos días después fallecía, minado por la tuberculosis aquel violinista negro que había escalado los peldaños de la gloria y levantado olas de aplausos entre la realeza europea. Moría en Argentina, la tierra que más le había querido y a la que había regresado ese mismo año de 1911, pero que le dio la espalda para que muriera en la calle como un perro cuando le vio apagado y tísico.

Claudio Brindis de Salas nació en pleno corazón de La Habana en la calle Águila el 4 de agosto de 1852, hijo de un músico de renombre que, a pesar del color de su piel gozaba de una desahogada posición económica y era teniente del Batallón de Pardos y Morenos.

Bajo la atenta mirada de su padre se formó Brindis de Salas como músico y pronto demostró un desbordado talento. Con sólo diez años de edad se le ovacionó en el Liceo de La Habana y a los doce acompañó a su padre en una gira por toda la Isla.

De Cuba viajó a Europa, donde su maestría en el violín le ganó los sobrenombres de “El Rey de las Octavas” y el “Paganini Negro”. No hubo escenario en que no triunfara: Florencia, Milán, Londres, San Petersburgo, todas cayeron rendidas ante su encanto… Al igual que las mujeres, pues se casó con una dama alemana de alta sociedad.

Regresó a América con fama y dinero y su suerte parecía que no tendría fin. Recorrió Centroamérica y Venezuela ofreciendo conciertos y fue nombrado director del Conservatorio de Haití. En Argentina cosechó sus mayores triunfos, siempre tocó a teatro lleno e incluso le obsequiaron un Stradivarius en reconocimiento a su descomunal talento.
Desafortunadamente este vendaval de triunfos le creó una vanidad extraordinaria que se reflejó en lo extravagante de su personalidad y lo afectado de su trato. A pesar de haber nacido en Cuba, insistía en hablar sólo francés. Orgulloso al extremo no cultivó sus amistades, seguro de que, por su genio sin igual, nunca habría de necesitarlas.

Ese fue su gran error. Cuando emprendió su último viaje a la Argentina desde España, no encontró a nadie que le ofreciera trabajo y terminó durmiendo en la calle, hasta que fue llevado a un hospital para morir.

El Paganini Negro que había conquistado el mundo terminó enterrado como un indigente, hasta que el 27 de mayo de 1930, en inútil y tardío desagravio, sus restos fueron repatriados a Cuba y sepultados en el Cementerio de Colón.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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