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La curiosa historia de cómo Meyer Lansky, el mafioso más grande que tuvo Cuba en los años 50, perdió 17 millones de dólares por confiar en su amante cubana

Aquel 31 de diciembre de 1958 fue para Meyer Lansky un día de trabajo como otro cualquiera. La larga reunión que presidió en la casa de Joe Stassi concluyó a las nueve de la noche. Pese a que su esposa estaba en La Habana y lo aguardaba en el hotel Riviera, el jefe mafioso prefirió pasar el año con Carmen, su amante, y decidió hacerlo en el hotel Plaza, un establecimiento que no tenía el brillo de otras instalaciones habaneras, pero que le permitiría cierta tranquilidad. A Teddy, la esposa, no se le ocurriría, ciertamente, buscarlo en ese lugar. Lansky indicó a su chofer y guardaespaldas Armando Jaime Casielles que invitara a su novia a sumarse a la velada.



Fue una cena estupenda. Sonaron las doce campanadas; se comieron las uvas y hubo el tradicional chinchín de copas. Jaime bailaba con su prometida cuando Charles White, del casino del Capri, entró en el salón y lo recorrió con la vista. Localizó a Lansky en su mesa, se le acercó y se inclinó para hablarle a oído. Lansky escuchó el mensaje con absoluta tranquilidad. Los barbudos habían ganado la guerra. Salió a pie y dejó a la amante en su casa y, con ella, a la novia de Casielles, y volvió, siempre a pie, al Plaza. No hay tiempo que perder, dijo al encargado del casino de juego y le ordenó que recogiera todo el dinero en existencia, lo llevara a casa de Stassi, en las márgenes del río Almendares, y no demorara en cerrar el establecimiento. Poco después, en el cabaret Sans Souci hacia las mismas recomendaciones a Santo Trafficante. Lo mejor que podemos hacer ahora, le dijo, es volvernos invisibles. Porque en cuanto se sepa que Batista se fue, la gente se echará a la calle y no habrá Dios que la pare, expresó. Dio idénticas instrucciones en los casinos de los hoteles Nacional y Riviera. El gerente del Plaza y Trafficante llevaron el dinero a la casa de Stassi, pero demoraron en cerrar sus respectivos establecimientos. A la vuelta de pocas horas, ambos casinos estaban destrozados. Sufrirían también daños los casinos de los hoteles Sevilla y Deauville.

Meyer Lansky en el Hotel Nacional, La Habana, 1958.

Los mafiosos fueron dándose cita en la residencia de Stassi. A las nueve de la noche había montañas de dinero en la sala de estar. Stassi sudaba pese al aire acondicionado. Lansky, calmado, muy calmado y con el rostro impenetrable, llegó con una maleta y metió en ella todo el dinero posible. Lo hizo al bulto, sin contarlo. Vio la entrada de Fidel en La Habana el día 8 de enero y salió de la Isla de manera legal, por el aeropuerto de Boyeros.

Regresó en marzo a fin de llevarse consigo a Carmen, su amante cubana. No la encontró en el apartamento que montó para ella en el Paseo del Prado ni en ninguna parte; se esfumaría para siempre, sin paradero conocido hasta hoy. Tampoco apareció la maleta repleta de dólares que en la noche del 1 de enero de 1959 sacó de casa de Stassi y es forzoso pensar que dejó con la amante.

Fulgencio Batista con Meyer Lansky en La Habana.

El empeño de Lansky de reproducir en Santo Domingo el imperio perdido en La Habana se precipitó en el fracaso en 1961, a la muerte de Trujillo. Abrió después dos grandes casinos en Bahamas e Inglaterra, pero lo perdió la notoriedad que, en contra de sus deseos, le otorgó un diario norteamericano cuando en 1969, le calculó una fortuna de 300 millones de dólares. Luego, El padrino, la película de Francis Ford Coppola, lo convirtió en un icono cultural: Lansky era el mago judío al que se atribuía haber transformado el crimen organizado en una empresa. Ahí mismo comenzaron sus desgracias. Washington lo declaró “Enemigo público número 1”. Inspectores de impuestos empezaron a examinarle hasta los calzoncillos y complicó su vida una falsa acusación de tráfico de narcóticos. Quiso establecerse en Inglaterra, no se lo permitieron ni tampoco en la República Dominicana. Tampoco lo aceptó Israel cuando pretendió ampararse en la Ley del Retorno. Sus últimos años los pasó en Miami Beach en medio de una lucha feroz contra el cáncer, y vigilado de cerca y sin ningún disimulo por agentes del FBI. Falleció el 15 de enero de 1983.

En las historias que solía contar sobre La Habana, Lansky aludía por lo general a los 17 millones de dólares en efectivo que, “por un pelito” no pudo sacar de Cuba. Decía que había sufrido aquí pérdidas enormes, mucho mayores, desde luego, que aquellos 17 millones que tuvo que dejar. Los que lo escuchaban acogían en este punto sus palabras con una sonrisa sardónica. Lansky era, como le llamaron en su tiempo, “el chico más listo de la Combinación”, el financiero, el más astuto de los mafiosos, ¿moriría en una situación económica desfavorable?

Cincuenta y siete mil dólares fue todo lo que legó a los suyos. Así consta en el testamento que en presencia de su nieta y otros familiares se leyó en el despacho de un juez del condado de Dade. ¿Solo eso? Este cronista lo duda. Cree más bien que el viejo zorro pasó dinero por debajo de la mesa.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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