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¿Cuándo fueron instalados en Cuba los primeros grandes relojes en edificios públicos?

Una vez colonizada nuestra isla por la Corona española, arribaron a Cuba los primeros relojes, esos imprescindibles instrumentos utilizados para la medición del tiempo. Muy poco conocemos de la forma, dimensiones y procedencia de las máquinas introducidas durante los siglos XVI al XVIII.



El escritor y periodista Antonio Iraizoz y del Villar dejó constancia de un exponente que databa de 1817, sobre el cual señaló – «el venerable reloj de sol que se mantiene sobre un lienzo de pared de San Ambrosio es un cuadrante vertical no declinante. Expertos técnicos españoles lo fijaron con tanta precisión, que en su honor debemos decir que nunca ha sido errónea la sombra de su estilo. Invariable como el astro a que obedece, exacto como los cálculos astronómicos y geométricos que le originaron, desde 1817 sin que haya merecido reproche alguno».

El 4 de octubre de 1839 fue instalado un reloj en el campanario de la Iglesia Parroquial Mayor de Guanabacoa. Fabricado en Ginebra y de gran antigüedad también, aunque situado fuera de la ciudad amurallada y con una accidentada vida. Refiriéndose a esa desaparecida pieza, señaló el historiador Gerardo Castellanos en su Ensayo de Cronología Cubana:

«Con el importe de una suscripción hecha por Pedro Mantilla y Estrada y el regidor Pablo Hernández, se adquirió un gran reloj, que en este día fue colocado en el campanario de la parroquia de Guanabacoa. Un temporal lo destrozó en octubre de 1926 y por eso hace años que la villa no tiene hora pública»

El Ayuntamiento y los vecinos de la villa de Guanabacoa pasaron varios pormenores para lograr la adquisición de un nuevo reloj para su localidad. Precisamente sobre las circunstancias que motivaron localizamos dos expedientes en el Fondo Gobierno Superior Civil del Archivo Nacional que arrojan cuantiosa información.

Por estas fuentes documentales se conoció que en cabildo extraordinario, celebrado el 11 de septiembre de 1839, se decide, por el alcalde y una comisión encargada de colectar fondos, la compra de un nuevo reloj de uso público por hallarse en mal estado y parado el que hasta ese momento existía en la parroquia de la villa.

Una vez puesta en marcha la nueva máquina suiza en la torre de la iglesia, surgió el obstáculo económico de quién se encargaría de los gastos de arreglos y conservación del nuevo y excelente reloj y quién abonaría el salario de ocho pesos fuertes a su encargado. Estas interrogantes fueron objeto de atención de un cabildo ordinario, toda vez que los fondos parroquiales no podían pagar más que cuatro pesos para contratar al relojero.

Luego de algunas opiniones contrapuestas, se logró allanar el camino y obtener el presupuesto necesario para mantener su funcionamiento.

Años más tarde, la ciudad incorpora un nuevo reloj público en el Palacio de los Capitanes Generales, también Casa del Cabildo. La fecha exacta de su instalación no es conocida, aunque fue posterior a los años 40, ya que no es mencionado por Francisco González del Valle en su ya citada obra La Habana en 1841.

Existe constancia de que en 1860 este reloj se encontraba funcionando, y no resulta aventurado pensar que su colocación formó parte de las mejoras y reformas acometidas en este edificio durante ese propio año.

En muchas de nuestras ciudades existía más de un reloj de uso comunal antes de concluir el siglo. Ellos regían la vida de pueblos y ciudades con sus campanadas, además de embellecer los edificios públicos de mayor prestancia. De cierta manera llegaron a simbolizar el poderío de sus ayuntamientos.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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