
A 45 años del Golpe de Estado en Chile te recordamos la curiosa relación de Fidel Castro con ambos lados de la historia
miércoles, 12 de septiembre de 2018
Seguidores, detractores, aliados, enemigos, amigos, admiradores con culpa o disidentes. Fidel Castro no fue ajeno para la historia de Chile, y para muchos chilenos, desde gobernantes, escritores, políticos y hombres que de una u otra forma se sumaron al proyecto cubano. Mientras uno fue su némesis, otro fue su principal competidor. A ninguno dejó indiferente, y Castro tampoco se guardó su artillería, verbal o real.
Salvador Allende
En septiembre de 1958, Salvador Allende estuvo a escaso margen de ser elegido Presidente de Chile. Sin embargo, pocos meses después de que el cura de Catapilco, Antonio Zamorano, le aguó el triunfo, se produjo un hecho que marcaría la historia política de Allende. Un grupo de guerrilleros, con Fidel Castro a la cabeza, logró poner fin a la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, el 1 de enero de 1959. Allende, entonces senador, fue el primer político chileno en llegar hasta La Habana. Lo hizo el 20 de enero, gracias a que estaba en Venezuela, para asistir a la toma de posesión del Presidente Rómulo Betancourt.
Y desde el primer encuentro que mantuvo con Castro surgieron unas diferencias que para no pocos eran de forma y no de fondo. Eran 18 los años que los separaban, y mientras uno usaba uniforme verde olivo, el otro llevaba traje; mientras uno era el paladín de la lucha armada e insurreccional, el otro era un convencido de los usos democráticos; mientras uno usaba la misma barba de la Sierra Maestra, el otro usaba un bigote bien cuidado.

Pero también mientras uno estaba dispuesto a romper las normas, el otro era un fiel representante de legalismo chileno. Como sea, el discurso de Allende y de la izquierda chilena y continental tomó otro cariz a consecuencia de la instauración de un régimen comunista en La Habana, por lo que la candidatura de Allende en 1958 poco o nada tuvo que ver con la de 1964 y para qué decir de la de 1970. Allende se radicalizó y apoyó tácitamente la lucha armada más allá de las fronteras chilenas. “Te aconsejo que te compres un uniforme de guerrillero en Christian Dior”, le habría dicho en tono jocoso y con ironía Castro a Allende en 1967, según la escritora venezolana y entonces esposa de Regis Debray, Elizabeth Burgos.
Allende viajó cada año a Cuba, hasta su triunfo de 1970, y volvió una vez más como Presidente, en diciembre de 1972. Castro logró instalar a uno de sus hombres en el seno familiar de los Allende: su hija mayor, Beatriz, se casó con el oficial cubano Luis Fernández Oña. La relación Allende-Castro pareció tensionarse al máximo durante la visita de Fidel a Chile en 1971, cuando se quedó por 24 días y recorrió y crispó el país de norte a sur. Convencido del fracaso de la vía chilena al socialismo, Castro envió mensajes a Allende ofreciéndole ayuda. No sólo eso. También envió armas, como aquella que Allende usó en La Moneda y en su suicidio, esa que llevaba la inscripción “A Salvador, de su compañero de armas, Fidel Castro”. Fue Castro quien creó el mito del asesinato de Allende, en el discurso de homenaje póstumo a Allende, el 28 de septiembre de 1973, cuando afirmó que el gobernante fue “acribillado a balazos”.
Augusto Pinochet
Públicamente estuvieron en las antípodas ideológicas, desde el golpe de 1973 y hasta la muerte del general chileno, pero fueron pocas las ocasiones en que se atacaron mutuamente. Se conocieron personalmente en 1971, cuando Augusto Pinochet era jefe de la Guarnición de Santiago y le correspondió actuar en algunos momentos como anfitrión de Fidel Castro, durante la visita de éste a Santiago. Según escribe Pinochet en su libro de memorias Camino Recorrido, evitó en todo momento rendirle honores a Castro, por lo que siempre se encargó de poner a alguien entre él y el entonces primer ministro cubano. “Lo recuerdo como a una persona grandota que hablaba todo el día. No le paraba la lengua.
Tenía una capacidad de hablar salvaje, siempre haciendo demagogia”, recordó Pinochet a Castro en Diálogos con su historia, de la periodista María Eugenia Oyarzún. Cuando tomó el gobierno, Pinochet puso a Castro como uno de sus máximos enemigos externos. Y en 1986, Castro quiso llevar esa enemistad más allá: dio el visto bueno a una acción programada en La Habana, pero ejecutada por miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), con la que se trataría sin éxito de matar a Pinochet en el Cajón del Maipo.

Pero la Operación Siglo XX, aunque dejó cinco muertos y 11 heridos, no logró su objetivo, ya que Pinochet sobrevivió al atentado. De cualquier forma, años después, y tras conocer del arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998, por orden del juez español Baltasar Garzón, Castro si bien no descalificó moralmente la detención, sí la cuestionó en términos legales.
Además, planteó dudas de que no se juzgara a quienes habían colaborado con Pinochet, y mostró preocupación por las consecuencias políticas que tendría el caso en Chile. “Desde el punto de vista moral, es justo el arresto; desde el punto de vista legal, es cuestionable la acción; y desde el punto de vista político, pienso que va a crear una situación complicada en Chile”, dijo. Anteponiéndose a la posibilidad de que a él mismo pudiese sucederle algo similar por las causas interpuestas en tribunales extranjeros, agregó: “No somos cosas iguales. Pertenezco a una estirpe que difícilmente puede ser arrestada no sólo por la moral, sino por la historia de toda mi vida’’, declaró pocos días después del arresto de Pinochet en la capital británica, cuando él se encontraba en Mérida, España.
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Escrito por | Redacción TodoCuba
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