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Una curiosa historia de fantasmas y aparecidos en la antigua villa cubana de Remedios

Cuenta mi papá que su abuela Ñica era una mujer con gracia. Esta historia comienza en Sagua La Grande, donde aquella niña vivía junto a sus progenitores y cinco hermanos. Corría el año 1910 y la situación económica empeoraba. Por eso, el padre de la familia, un asturiano que era dueño de un hotel, decidió asociarse con otro empresario. Pero los negocios continuaron yendo mal, al punto casi de llegar a la ruina. El asturiano, lleno de deudas y desesperado, fue a consultarse con un espiritista, quien le dio un espejo mágico que mostraba el rostro del enemigo que le estaba haciendo el daño. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando vio reflejada la cara de su socio empresarial! Le indicaron que si rayaba el espejo, aquella persona moría instantáneamente, pero mi tatarabuelo era muy noble y se negó a hacerlo.



A los pocos días falleció su esposa, lo cual fue un duro golpe. Las deudas crecieron y el hotel se fue a pique en cuestión de meses. Aquel padre de familia, agobiado, murió de un ataque al corazón, dejando huérfanos a sus seis hijos. Así, Ñica, siendo aún muy niña debió trasladarse a Remedios bajo la custodia de los masones y nunca más volvió a ver a sus hermanos. Desde entonces, el elemento sobrenatural estuvo presente en la vida de aquella mujer.

En la vieja casa donde comenzó a residir, situada en la calle del Carmen, entró en contacto con experiencias espeluznantes. Además del clásico ruido de postigos y puertas que se cierran solos o de la loza cayéndose en la cocina, sintió otras cosas, como si estuviera viviendo muy cerca de algo extraordinario. Según mi padre, mi bisabuela tenía gracia, pero le daba miedo hacer uso de ese don. A veces, por la madrugada, Ñica se levantaba y al pasar de un cuarto a otro alguien le apagaba la vela.

Ya de jovencita buscó empleo en la casa de los Farto, allí se ocupaba de las labores domésticas, además de cuidar la vivienda cuando la familia se iba de visita a Bayamo. Dicha edificación era (y quizás aún sigue siendo) muy lúgubre, oscura y húmeda, además de poseer gran tamaño. En ese lugar Ñica continuó oyendo voces que la llamaban por su nombre, incluso a veces le silbaban al oído o le lanzaban alguna piedrecilla desde el patio.

El episodio más grotesco de los vividos por mi bisabuela fue el encontronazo que tuvo con un ser de un solo ojo, cuyo cuerpo estaba lleno de ronchas, que aparecía en el segundo cuarto. Varias personas han visto a este cíclope doméstico, que según dicen, acostumbra a espiar el sueño de quienes habitan la casa.

Rodeada por todos esos sucesos, no extraña que al fin Ñica hiciera uso de una forma u otra de su gracia. Quizás por eso cuenta mi padre que la anciana llegó a conservar en un pozuelo de cristal unos frijoles negros y un huevo de gallina, a los que rezaba un ensalmo de sanación en los días de Semana Santa. Esto ocurrió durante veinte años sin que la comida así conservada se descompusiese. Nadie más se sabía aquella oración, ni ella podía tampoco decirla en voz alta, pues perdería su poder.

Aquella mujer vivió mucho tiempo y nunca más sintió miedo de quedarse a cuidar la vivienda de los Farto. Allá por el año 1990, los sillones de mi casa se empezaron a mecer solos, acto seguido se encendía la luz del cuarto que era de mi bisabuela, por entonces ya fallecida. Esto nos llenó de terror. Hasta que una buena noche mamá se levantó y dijo: “¿Ñica, usted desea algo?” y de inmediato todo volvió a la normalidad, hasta los días de hoy. ¡Conste que toco madera!

Escrito por | Redacción TodoCuba

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