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Cruz Milián, el cubano que se inventó una estafa que lo volvió millonario a costa de tesoros ocultos y espíritus chismosos

Cruz Milián, era lo que se suele designar como “un tremendo punto”. Quizás no hubiese cursado ninguno de los peldaños de la enseñanza elemental, pero La Naturaleza —o El Enemigo Malo—  lo habían dotado con un don para él inapreciable: la capacidad para engañar al prójimo codicioso.



Desde su guarida en El Bibijagual, en Maffo, instruía a sus compinches para que llevasen a cabo lo que era la fase inicial del golpe: cuál comerciante, caficultor o ganadero de la zona albergaba creencias en seres de ultratumba.

Escogida la víctima, los ayudantes hacían llegar a sus oídos noticias sobre  “el don espiritual” que poseía Cruz Milián para detectar tesoros enterrados.

Cuando el potentado se personaba en casa del embaucador, este le explicaba que los espíritus no resisten “que los estén agitando”, y que todo el asunto debía llevarse con paciencia extrema.

Siguiendo el criterio de que tiene que haber para el alcance de todos los bolsillos, el estafador prometía botijas de tres mil, seis mil y hasta doce mil pesos, —a la dobladilla—  según la solvencia del agraciado.

Ya los secuaces  habían enterrado, en algunos puntos del territorio, botijas llenas de caracoles y tierra. Y Cruz Milián, en espera de la luz divina que lo guiase hasta la ubicación, se mudaba para casa de la víctima, a comer y a beber de lo lindo.

A partir de entonces, el escogido quedaba en manos de aquel guajiro lépero que aún recuerdan por allá, por el triángulo oriental cubano.

El resto del modus operandi era sencillo. Periódicamente Cruz Milián se presentaba en casa de la víctima para solicitar dinero, pues “hay que mantener contentos a los espíritus”.

Cuando llegaba el momento, anunciaba que ya era posible desenterrar la botija. Ah, pero cuidado: no podría ser abierta hasta que los muertos lo ordenaran, pues de lo contario las monedas que contenía se iban a transformar en caracoles y tierra.

Todos los fines de semana, el “templo” de Cruz Milián se abarrotaba de crédulos, en espera de la orden para romper sus respectivos recipientes.

Cuenta González Gross que al morir Cruz Milián y transcurrir los años, muchos esperaban su regreso del Reino de La Muerte, para que les ordenase quebrar el barro de las botijas.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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