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5 Curiosos personajes de la mitología cubana

La mitología cubana nace en sus ríos y montes: Siempre hay un ojo que te ve y cuando haces algo malo siempre escucharas a un pájaro clamar: Te vi, te vi. El Monte tiene sus propias leyes y no teme a su aplicación. Uno de estos guardianes de la naturaleza es El Güije (también conocido como Jigüe o Chichiricú):



Sus parientes en América Latina son: La Tunda (Ecuador), Duende Sasy (Brasil), Yacy Yateré (Paraguay), Ribel, Ribereño o Mohán (Colombia), Negros del Agua (Uruguay) y el Xanú su homologo europeo e incluso aparece representado en el códice iluminado de finales del siglo XVI Splendor Soliscomo El Hombre del Pantano.

Descrito como un ser humano de raza negra y muy baja estatura que vive escondido en los ríos y oculto a la vera de un pozo, donde espera al descuidado paseante al que echa algún sortilegio y lo rapta en el agua para siempre. En el río Sagua La Grande[6] se dice habita un ser mezcla de mono y hombre, garras muy poderosas, dientes afilados y piel lustrosa sin pelo capas de provocar fiebres y la muerte a quien le ve.

El Cagüeyro

Personaje fabuloso de la zona oriental de Cuba. La tradición popular dice que un bandido o un rebelde es un cagüeyro, cuando tienen la habilidad de ocultarse o mimetizarse ante la vista de todos, ya sea porque se hace invisible o se convierte en una planta, animal o cosa. Un cagüeyro escapa siempre.

Se dice que el bandolero que posee esta habilidad sólo puede tener una camisa –sólo cuando estás caen de su cuerpo, compran otra- y que logra su ocultamiento al ponérsela al revés al revés y decir un conjuro mágico. Sus características son muy similares al clásico licántropo.

La Tatagua

Aipirí era una hermosa mestiza de Jagua prehistórica. Presumida, coqueta, parlanchina, muy dada a engalanarse con prensas de vivos colores, piedras y conchas, zarcillos y pulseras de guanín y adornarse la cabeza con flores del rojo más vivo para distinguirse de las demás mujeres y llamar la atención. ¡Qué linda era Aipirí! Esbelta, trigueña, de abundosa cabellera negra y ojos rasgados, de mirar insinuante, acariciador, provocativo.

Gustaba con pasión del cantó y del baile. Su mayor placer era asistir a fiestas y guateques, donde podía lucir su melodiosa voz y sus gracias de hábil bailarina. Requerida de amores por un siboney gran cazador, unió a él sus destinos y hubiera formado un hogar modesto y apacible, pero feliz, si sus aspiraciones se hubieran concretado a las de una mujer hacendosa, amante de su esposo y de sus hijos. Pero Aipirí no se contentaba con eso. No había nacido para llevar una vida tranquila, al cuidado de la casa y de la prole. Amaba demasiado las diversiones, los placeres, los cantos, los bailes, los adornos, los halagos, las alabanzas.

Así sucedió que, al poco tiempo, el hogar fue para ella un martirio y apenas había dado a luz el primer hijo, sintió la nostalgia de sus bulliciosos días de doncella, sin que cautivaran su corazón las gracias del tierno infante. Luchó al principio y quiso sustraerse a la tentación.

Pudo más el instinto de su naturaleza voluntariosa y bravía que el amor de madre, y empezó por ausentarse un rato del hogar, después fue más larga la ausencia, hasta que llegó a ser más el tiempo que estaba fuera de la casa que dentro de ella. Y mientras el niño, abandonado, lloraba, la desnaturalizada madre pasaba el tiempo en alegre marcha con los vecinos o asistía a reuniones y fiestas, entreteniendo a la gente con los encantos de su voz y las gracias de sus bailes. Cuando la tarde caía volvía a su casa, poco antes que llegara el marido de su diaria y penosa excursión por los montes en busca de sustento.

Tras un hijo vino otro, y otro hasta seis, pero no varió la conducta la olvidadiza madre. Continuaba haciendo sus furtivas y largas escapatorias, sin que el confiado marido se enterara. Los niños, constantemente abandonados, pasaban hambre, crecían en medio del mayor abandono y miseria, adquirían malos hábitos y continuamente lloraban atronando el espacio con su eterno guao, guao, guao.

Como el bonito bohío se levantaba solitario en medio del campo, no temía Aipirí que el lloro de los niños molestara a los vecinos ni que estos la delataran al marido. No contaba con Mabuya, el genio del mal, que está en todas partes y a quien hacen poca gracia los llantos continuados, inacabables de los niños. Hay que reconocer que tiene motivos para ello, pues solo la paciencia de una madre sufre con resignación la música poco grata del llanto de los hijos.

Mabuya, cansado de oírlos y viendo que sus lloros no tenían fin, como tampoco lo tenían los bailes y diversiones, ausencias y olvidos de la madre, temió quizá que aquellos niños malcriados fueran cuando mayores tan desalmados, crueles e inhumanos como él. En un arrebato de mal humor los transformó en arbustos venenosos, conocidos hoy con el nombre de guao. En el reino vegetal, es el guao algo así como un estigma, árbol seco y estéril, su resina y hojas producen al contacto, hinchazón y llagas, y aún se asegura que su misma sombra es dañina.

En eso vinieron a parar, según la tradición, los hijos de Aipirí, por culpa de la desnaturalizada madre. Si el espíritu del mal hubo de castigar en los hijos la falta de su madre, el espíritu del bien, más justiciero, impuso un correctivo a la causante del daño, que debía servir de ejemplo. Transformó a Aipirí en Tatagua, mariposa nocturna de cuerpo grueso y alas cortas, conocida también con el nombre de Bruja.

Madres cienfuegueras buenas y santas que dedicáis vuestros desvelos al cuidado del fruto de sus entrañas, cuando veáis alguna tatagua en el hogar debéis pensar si ha quedado incumplido algún deber en las alteraciones y cuidados maternales.

Madre de Agua

En la mitología Colombiana se le describe como la diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor. Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.

En la Amazonia la Madre de aguas se llama Mae d´ agua o Yacu-mama -quien se mira en el espejo de las aguas ve reflejado no su rostro, sino el hermosísimo rostro de ella, que lo atrae y lo devora-, y se dice de ella que es una serpiente acuática de dos cabezas, con un cuerpo enorme y cilíndrico que puede medir hasta treinta metros y devora a quienes se bañan en las aguas donde habita. Las Madres de agua americanas comparten la condición de seres sanguinarios y despiadados.

En Cuba se le describe como una especie de maja (Epicrates angulifer) gigante o serpiente acuática con cuernos, pelos en el lomo y escamas tan grandes que le hace invulnerable a las balas y con la capacidad de hipnotizar a sus víctimas. Se cuenta que son casi inmortales y donde nadan las pozas (ojos de agua) no se secan y los peces son más abundantes. La única referencia a una Madre de Agua cubana con forma humana se reporto en el Salto del Caburní (Topes de Collantes, Trinidad) y se le describe como: Una mujer muy bella, completamente desnuda y capaz de hablar. De ahí la similitud de estos seres feéricos con los elementales del agua.

La Gritona

Mito típico de los campos de Cuba, se le describe como un ser fantástico femenino, de raza blanca, joven, arrogante y de profusa cabellera.

Cuentan que una odalisca que habitó la isla Tortuga se resistió a las infames pretensiones de un pirata y este lleno de cólera e  irá, se precipitó sobre la joven y le cortó la cabeza con un formidable tajo. Y se obró el milagro, el tronco de la chica tuvo la suficiente fuerza para sostener su cabeza ensangrentada, hasta lograr ocultarse permaneciendo oculta por las hadas en su palacio subterráneo.

Permitiéndosele abandonar su gruta cuatro veces al año: el primer viernes de enero, el Viernes de Dolores, el viernes santo y el viernes antes de la natividad del señor recorriendo las calles de la villa, dejando tuerto, tullido o muerto a todo el que la ve.

El Zombí

En la religión vudú nos habla de un Loa o Luá de la familia de los Guedé, Familia de genios de la procreación y la muerte. Este ser teje su ropa con bejucos, le teme mucho al agua y por eso suele bañarse con las hojas que le sacude a los plataneros. Nadie sabe cuando llega o cuando desaparece. Se representa como un viejito de cara muy arrugada, que cambia su aspecto cuando aparece o se posesiona de una persona. Debe ser apaciguado con mucho aguardiente.

Al contrario del zombi tradicional que es un muerto resucitado, el zombí es un espíritu violento y todo lo que toca puede destruirlo y recomponerlo.

Y aquí hacemos un alto y en el tintero quedaran jinetes sin cabeza, el niño del diente, la niña de la carretera, gigantes, cabezas y luces voladoras, gallinas y perros infernales a la espera de ser liberados sobre ti querido lector.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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