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3 Leyendas cubanas que quizás no conocías

Los campos de Cuba están llenos de leyendas, hoy les queremos compartir algunas que aunque son poco conocidas no dejan de ser muy interesantes.

Leyenda de la Gritona de La Yaya. – Villa Clara, Manicaragua, La Yaya



Se dice de una mujer que perdió a su hijito antes de bautizarlo, razón por la cual fue condenada a llorar cerca del río, debajo de un árbol de yaya. Sale gritándole a todo el que pasa por ese lugar, pidiéndole que bautice a su hijito para que vuelva a la vida.
Son muchos los viajeros que la han visto aparecer, con el niño en brazos.

Leyenda del güije de la charca de El Tejar – Ciego de Ávila, Chambas

En el río que está detrás de El Tejar, hay una charca honda que tiene en la orilla una guásima; allí, se dice, salía un güije y por eso nunca nadie se bañaba en ese lugar. Los que lo vieron dicen que se parecía a un negrito chiquito muy prieto y que salía a coger el sol, pero en cuanto aparecía alguien, se zambullía en la charca. Nadie nunca lo escuchó emitir sonido alguno, ni se ha vuelto a ver en los últimos tiempos, de él solo quedó el nombre que se le puso a la charca.

Leyenda de la estantigua sedienta – Ciego de Ávila, Ciego de Ávila

Se cuenta que una noche del siglo XIX , en la entonces aldea de Ciego de Ávila, entró un soldado español a una taberna. El militar exhibía un semblante terrible entre cansado y ancioso. Era alto, enteco y desgarbado. Pidió con palabras entrecortadas un vaso de vino para calmar su evidente sed. El tabernero le sirvió el trago con poco ánimo, deseoso por irse rápido a descansar pues ya era hora de cerrar, pero movido por la curiosidad y la costumbre preguntó al transeúnte qué rumbo llevaba. El individuo respondió tajante:

—Vengo de donde nadie regresa y regreso ahora hacia donde nadie quiere ir.

No tan sorprendido por la respuesta, habituado a lidiar con toda clase de parroquianos y a tolerar siempre un desplante mientras pudiera retener un cliente, el dueño del establacimeinto se dispuso a servirle otro vaso de vino al hombre y viró la espalda. Cuando se volvió, el soldado ya no estaba allí, solo refulgía una moneda de plata sobre el tosco mostrador de madera.

Supuso el tabernero que se trataba de un soldado escapado a hurtadillas de su tropa para buscar un momento de solaz y respiro de las recias obligaciones del servicio castrense. Se encogió de hombros, cerró la taberna y se encaminó a su casa. A la siguiente noche se repitió la misma escena. El tabernero empezó a dudar del extraño personaje que nadie más que él conocía y que tan generosamente le pagaba sus servicios. Averiguó discretamente sobre movimientos de tropas, desertores, atracos y otros pormenores, y verificó que nada por el estilo había ocurrido por la región en los últimos meses. Optó, sobrecogido, por guardar las monedas de plata en una botija de barro bien escondida en la trastienda, y esperar a que el enigma tuviera solución por sí solo.

Lo cierto es que aquello vino a trastornar su tediosa cotidianidad, pues su atribulada alma presentía que se las había visto con una auténtica estantigua, aunque después de todo no tan pavorosa como las demás entidades de su género.

Escrito por | Redacción TodoCuba

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