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Los “carretilleros” de viandas en La Habana no son cosa del presente

Los vendedores de viandas no son cosas de las calles de La Habana del día de hoy, en tiempos tan lejanos como la colonia o la Republica se hacía indispensable para el ama de casa tener todo tipo de viandas, como boniatos, calabazas o papas al alcance de la mano sin tener que moverse  a los mercados. Esos famosos carretilleros no se limitaban a vender viandas, sino que agregaban frutas, aguacates y otros vegetales a su mercancía. Si la casera se lo pedía, el viandero también la surtiría con pescado fresco o de pollo que llevaba en su caretilla junto a las viandas. Abundaban, como hoy, en todos los barrios de La Habana y desde bien temprano en la mañana asomaban por las esquinas pregonando sus productos.



Carretillero en la zona del Prado habanero a comienzos del siglo XX.

 

Sus géneros los adquirían en el Mercado Único, hoy conocido como Cuatro Caminos, para luego llevarlos a los barrios de la ciudad. En algunos casos el viandero era propietario de las carretillas que le servían como medio de transporte. En la mayoría de los casos las alquilaban en puestos que existían en el área que comprendía el Mercado Único y sus calles aledañas, por un precio que no excedía los 30 centavos al día. Estos vianderos siempre llevaban su balanza y un gran cuchillo envainado a un lado de la cintura, al que acostumbraban a llamar: el hierro.

Estos vendedores se desplazaban a los lugares más céntricos o turísticos para promover sus mercancías.

 

En los días festivos y cuando la carretilla era propiedad del viandero, estos la engalanaban con adornos alegóricos a las fiestas. Un tipo de carretilla distinta era la que utilizaba un popular chino conocido como Capitán y que trabajaba en la zona del Vedado. La suya era grande con paredes o «costillas», como algunos las llamaban, con tapas de madera que cerraba con gruesos candados cuando terminaba su faena. Siempre obtenía sus productos de pequeños horticultores que sembraban en las zonas urbanas y de esta manera podía bajar más sus precios.

Algunos “carretilleros” lograban reunir un poco de dinero y montar puestos fijos que le evitaran tener que estar caminando.

 

Algunos de estos vendedores lograban establecer modestos puestos fijos, otros terminaban el comercio por su avanzada edad y este tipo de labores les obligaba a caminar mucho. Como detalle curioso cabe destacar la cantidad de nombres y frases filosóficas que llevaban pintadas en sus maderas. Entre los nombres más interesantes algunos recuerdan El Tigre de Atares, La Niña de Mis Ojos o El Aura Tiñosa. Y de las frases para que contarles, iban desde la clásica «Si fio pierdo lo mío» hasta «Las cuentas claras conservan la amistad» o la jocosa «Lo más grande que tengo en el mundo es mi madre… y ni a esa le doy sin pagar».

Escrito por | Redacción TodoCuba

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