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Juan Padrón y el cine cubano de animación

Mientras el mundo contempla los nuevos avances tecnológicos en materia de animación, y las películas de Disney y Pixar son el plato fuerte en las pantallas de los más pequeños de la casa, en Cuba aún resuenan las aventuras del mambí Elpidio Valdés, un verdadero icono de nuestros dibujos animados.



Aunque hasta hace poco se pensaba que el primer filme animado que se produjo en Cuba fue Napoleón, el faraón de los sinsabores (1937), recientemente se descubrió que la realización que inauguró este género en el archipiélago data de 1919, y lleva por nombre Conga y Chambelona. Su autor fue Rafael Blanco, quien aún se encuentra ausente en los listados de creadores fílmicos.

Sin embargo, no es hasta 1960 que se establece un Departamento de Animación en el entonces recién creado ICAIC, que contaba con la dirección de uno de los pioneros de este movimiento en Cuba: Jesús de Armas.

Este fue el padre de los dos primeros cortos que se realizaron en la etapa revolucionaria, que también coincidía con el período de despliegue de la animación en Cuba. El maná y La prensa seria (1961) abrieron el camino para el surgimiento de un estilo propiamente cubano, en el que –al menos en este primer momento- predominaron el diseño geométrico, la libertad en el empleo de colores y la propaganda política.

Poco tiempo tuvo que sucederse para que el mundo fuese testigo de los avances cubanos en animación. En 1963 el filme La cosa, del australiano Harry Reade –que formó parte de los fundadores de este género en Cuba, además de convertirse en “maestro” de Juan Padrón- fue galardonado como Filme Notable en el Festival de Cine de Londres.

Hacia 1970, y producto de la influencia internacional, la animación en Cuba comienza a incorporar elementos del cine documental, como la presencia de un narrador y el excesivo empleo de gráficos. Muchos consideran que se trató de una vaga imitación del estilo del Noticiero ICAIC Latinoamericano. Sin embargo, y por fortuna, esta desviación duró poco tiempo, pues el departamento recibió a Manuel Pérez Alfaro como director general, así como a Paco Prats como productor.

Este fue el comienzo de la denominada “edad de oro” de la animación cubana, surgida a finales de los 70. El nuevo período, que llegó para quedarse, estuvo marcado por la orientación hacia el público infantil, convirtiéndose Juan Padrón en su figura central, así como en el autor más popular de nuestros dibujos animados.

Juan Padrón se había iniciado como historietista para la revista Mella, en 1963. Ya en 1979 se encontraba dirigiendo el primer largometraje del Departamento de Dibujos Animados del ICAIC: Elpidio Valdés, que se convirtió en el héroe de incontables niños y adultos a lo largo de toda la Isla, y cuyas hazañas continúan fascinando al público actual.

Este personaje, que fue producto de una ardua investigación acerca de las costumbres de los mambises y la historia de nuestras guerras de independencia, fue el protagonista de algunos de los filmes animados más populares de Cuba, en los que el humor criollo jugó un papel fundamental.

A su muerte, Juan Padrón había dado vida a 57 cortos y 5 largometrajes, entre los que destacan las dos entregas de ¡Vampiros en la Habana! -que muchos críticos consideran como el primer filme de animación posmodernista del país-, junto a otras dos películas de Elpidio Valdés.

En colaboración con el dibujante y humorista argentino Joaquín Lavado “Quino”, el padre de Mafalda, realizó una serie de animados titulados Quinoscopios, que incorporaron una alta dosis de espíritu sarcástico, además de evidenciar una profunda vocación cinematográfica por parte de ambas figuras. Tampoco podemos olvidar sus brillantes Filminutos, dirigidos al público adulto, en los que también participaron otros iconos de este género en Cuba, tales como Mario Rivas, Tulio Raggi y Mario García Montes.

Hoy en día, cuando la generación de niños que fue partícipe de este período ya se encuentra bien adentrada en la adultez, los ecos de los dibujos animados de nuestra etapa dorada continúan resonando en las pantallas de los televisores, sin importar las nuevas tendencias y gustos refinados que impone la era digital.

La riqueza de las producciones, la calidad de la música y la incorporación de elementos humorísticos autóctonos y criollos, junto a los padres creadores que materializaron esta sapiencia en materia de animación, permitieron que los llamados muñequitos cubanos, contrario al imparable cambio y evolución que rigen la producción de animados, ocuparan un lugar insustituible en la cultura cinematográfica del pueblo cubano.

Por: Talía Jiménez Romero

Escrito por | Redacción TodoCuba

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