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El cubano: precavido por naturaleza

En la década de los años 60 del siglo pasado, los que tenían el mal hábito de fumar, solían presumir de que sus fosforeras encendían a la primera vez que hicieran frotar una rueda ranurada sobre la piedra que producía la chispa. Y el mayor descrédito era que el aparatico fallara, siendo de los que tenían grabadas las figuras de unas palmitas, pues tenían fama de ser de alta calidad.



Entonces no existían las modernas de gas, sino que ardía una mecha humedecida con la gasolina que se le echaba en un recipiente de aquel pequeño artefacto que podía tener varias formas.

Aunque ya era sexagenario y no ejercía su oficio, a Juan no le gustaba que las embarcaciones calafateadas por él traspasaran el agua al navegar por el puerto de Casilda, pero tampoco toleraba que otras cosas le salieran mal, ni siquiera que su vieja fosforera no funcionara, aunque ya el paso de los años había desgastado los mecanismos de aquel encendedor que se ufanaba en decir que había comprado durante su luna de miel.

Ya había aparecido la Libreta de Control de Abastecimiento y la Libreta de Productos Industriales para fijar las cuotas de cada uno en momentos de penuria en los cuales podía faltar lo más insospechado. A mediados de la década de los años 60 del siglo pasado, no había piedras para las fosforeras y a Juan le consiguieron varias en La Habana, pero entre las verdaderas había algunos pedacitos de alambre que semejaban las diminutas causantes de la chispa, lo cual le dañó para siempre su famoso encendedor.

Cuando le dijeron: “Dame candela” y el artefacto no funcionó, inmediatamente extrajo del bolsillo de su guayabera una caja de fósforos con el cual encendió un cigarrillo marca Vegueros. Agradecido, el otro le dijo: Oiga, usted sÍ que no se deja matar. Hombre precavido vale por dos.

¿Por dos? Y más también, dijo Juan, quien entre frases filosóficas explicó que ante la escasez había que tener siempre más de una solución a mano porque la falta de cosas iba en aumento, “mientras las grandes potencias se besan y se abrazan y se ponen de acuerdo, los peces pequeños tenemos que inventar para que los pejes gordos no nos coman.”

Y ciertamente que, hasta en este 2018, la población cubana ha tenido que hacer gala de creatividad y previsión para lograr ser un equivalente a más de 30 millones de habitantes que deben sortear hasta increíbles problemas de que con un mapa de cualquier ciudad en la mano alguien no pueda orientarse por la sencilla razón de que abunden las calles sin identificación, y escaseen los niños y jóvenes que sepan informar los nombres de las vías, para a partir de ese dato, saber dónde estamos y hacia dónde ir.

No pocos extranjeros han tenido que dejar a un lado el mapa en soporte tradicional de papel y, si lo tienen, apelar a un GPS, debido a tal desaguisado que no es únicamente en provinvia, pues en la habanera esquina de la Avenida Salvador Allende y Márquez González está en blanco lo que algún día indicó las denominaciones. Si lo tuviera escrito, también habría que comprobar y contrachequear porque en ocasiones suelen desprenderse del pavimento y ser cambiados de posición.

Dicen que cubanos nacidos y desarrollados en tal ambiente de previsión, han llegado a otros países y compran cantidades exageradas de cualquier producto, siguiendo la costumbre de hacerlo en Cuba por si acaso se acaban y después no lo hay hasta dentro de varios meses.

¿Quién no ha sido citado para una reunión con mucha anticipación porque varios niveles de dirección compuestos por jefes previsores adelantaron la hora para garantizar el inicio a tiempo?

Escrito por | Redacción TodoCuba

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