Conoce la historia de las charangas de Bejucal en Cuba

domingo, 26 de mayo de 2019

Entre congrí, puerco asado y yuca con mojo, el fin de año toca a la puerta, y es cuando el panorama cultural en Mayabeque prepara sus mejores galas para recibir a las famosas charangas de Bejucal, una añeja tradición que año tras año mantiene en vilo a miles de personas; unas seguidoras del bando azul, otras del rojo.

Las comunidades que integran la Espina de Oro y la Ceiba de plata, recrean con sus carrozas, congas y comparsas todo un mundo de ensueño y magia.

Pero las charangas de Bejucal tienen historia y sus personajes forman parte de la tradición.

Son símbolos imperecederos de lo popular y lo criollo, hablar de ellos es adentrarse en la vida de personas que trascienden lo bejucaleño y llegan a toda Cuba.

Desde la “culona” hasta la “macorina”, todo un entramado de costumbres religiosas nos deja una mezcla de creencias y rituales que vierten lo más puro de las influencias foráneas en la cultura cubana, ya sea de Europa o de África.

Proveniente de la danza, la “culona” es uno de los personajes con más arraigo; una mulata originaria del Congo que llega hasta nuestros días.

Con el torso casi desnudo y cargado de collares ella encarna a los espíritus misteriosos de la selva que las deidades yorubas esbozan en su sincretismo.

También de ascendencia congoleña, las mojigangas están presentes en los festejos, vestidas con harapos y el rostro descubierto, su danza es más movida.

Hacia 1912 hace su aparición uno de los personajes simbólicos de las charangas de Bejucal, la”macorina”.

Una leyenda que perduró hasta después de la muerte del protagonista, Lorenzo Romero Miñoso, quien mantuvo en vida el secreto de su verdadera identidad.

Inspirada en María Constanza Caraza Valdés, mujer de belleza espectacular y vida disipada, hasta una canción le compusó Abelardo Barroso con la Orquesta Sensación, esa que el estribillo dice,..Ponme la mano aquí macorina, pon, pon, pon… macorina.

Estos son los personajes de las Charangas, tal parecen sacados de Yoknapatawpha o Macondo, pero nada que ver con  los mundos de Faulkner y García Marquéz; son tan cubanos como el danzón y la rumba.